2. De lo que hablo cuando hablo sobre la resonancia de mi corazón
Gabriel García Márquez dijo una vez que la nostalgia era la materia prima de su escritura. Encontré la entrevista donde lo dijo mientras buscaba similitudes entre él y Olga Tokarczuk, la ganadora del Nobel de literatura de 2018. La idea era escribir una tesis sobre esos dos. Sobre Cien años de soledad y Un lugar llamado Antaño. Quería hablar sobre lo que Tokarczuk ha denominado como "el narrador gentil", su estilo único y hermoso de escribir. Iba a ser una tesis de realismo mágico, de familias y de pueblos, pero sobre todo de nostalgia.
Quería hablar de esa habilidad que tienen algunos escritores de retorcernos el pecho y hacernos llorar no de tristeza ni de desesperanza, sino de añoranza pura. Añoranza de mundos y personas distintos, pero familiares. De lugares donde se respira magia, que solo pueden describirse como míticos, a la manera junguiana. Quería encontrar la fuente de toda esa nostalgia, desmenuzarla y decir: "aquí está, es esto, esto es lo que me hizo llorar". Pero cuando me senté frente a la computadora, no pude escribir mucho más que una línea: "Gabriel García Márquez dijo una vez que la nostalgia era la materia prima fundamental que formaba la base de su escritura".
¿Qué fue lo que me impidió continuar? Una parte tuvo que ver con Comala y con el momento en el que Juan Preciado camina por primera vez sobre sus calles:
Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos. Oía caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Mis pisadas huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes teñidas por el sol del atardecer. [...]Y aunque no había niños jugando, ni palomas, ni tejados azules, sentí que el pueblo vivía. Y que si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio; tal vez porque mi cabeza venía llena de ruidos y de voces.
Pensé que eso era nostalgia también, que Pedro Páramo era nostalgia. Entonces, ¿qué? Podía cambiar la tesis y hacerla sobre esos tres, hablar del realismo mágico y el papel de la nostalgia en esos dos autores del boom y cómo se replicaba en el realismo mágico de Olga Tokarczuk. Pero algo no se sentía correcto.
La magia de Comala, la magia de Macondo y la magia de Antaño se me hacían llenas de una nostalgia enternecedora. Realismo mágico, pensé, de eso se trata todo. "La nostalgia es la materia prima del realismo mágico", escribí en mi cuaderno de notas. ¿Podía ser? Y quizás me encontraba muy cansada o quizás mi cerebro no es para la academia, pero de pronto me pareció imposible intentar desentrañar toda esa nostalgia en una tesis de licenciatura. Imposible explicar la manera en la que mi corazón resuena cuando leo a Juan Preciado decir "pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo", imposible encontrar el origen de la magia de Melquíades salvando a Macondo de la peste del insomnio o en el fantasma que vive en uno de los ríos de Antaño.
Lo que yo no quería era encontrar el secreto detrás de ese mecanismo. Ese ha sido siempre mi problema al enfrentar la escritura académica. Todos mis trabajos terminan siendo descriptivos. Digo lo que existe sin deseo alguno de desentrañarlo. Nombro las conexiones que hago sin decir cómo funcionan o sin ganas de explicarlas del todo e incluso podría decir que me molesta hablar de "mecanismos" o, Dios nos guarde, "fórmulas". "Esto es así por esto y esto más" me parece la mejor manera de arruinar algo que se ama. Y más allá de eso, creo que lo que nos llevan a conectar con algún medio (sea literario, visual o etcétera) es mucho más complejo que algo entretejido en el estilo literario de algún autor. Me parece, sin afán de despreciar a la academia, que la fuerza que ejercen de la mayoría de las obras literarias sobre mí, sobre mi capacidad de memorizar sus inicios o revisitar sus imágenes de noche antes de dormir, está en que jalan cuerdas emocionales. Cuerdas que son solo mías. Y quizás lo más bonito de las grandes obras de literatura, o del cine o de lo que sea, las que son recordadas por hermosas y no por técnicamente interesantes, sea lo que eso signifique, es que han hecho resonar corazones a través del tiempo y de las circunstancias.
Hay algo en nosotros que se mueve cuando escuchamos "estoy solo" de los labios de un Hamlet abandonado en el escenario. Una vibración nos llena por completo cuando Chihiro se sube a ese tren y observa pasar ante sus ojos las vidas de otras personas que nunca conocerá y que, en efecto, son sombras fantasmales. Algo se conecta en mí con Andrea, la protagonista de Nada cuando la leo decir: "Me parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad. Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida. Yo tenía un pequeño y ruin papel de espectadora. Imposible salirme de él. Imposible libertarme". Ese algo va más allá de fórmulas específicas, o eso quiero pensar. Quiero pensar que hay una parte de mí que se une con una parte de algo más, alguien más, por medio de la literatura o el cine o los videojuegos. E incluso, que esa conexión nostálgica no depende específicamente de algún género literario o narrativo, de algún formato, sino que es intrínseco del acto de contar y escuchar, oír y experimentar historias.
Así que decidí que la academia tendría que esperar. Y que prefería mil veces hablar de la nostalgia, la materia prima fundamental de las historias realmente enternecedoras, de una manera mucho más personal, más literaria, más mía. Una manera que me librara de la disección y me abriera las puertas de la conexión entre obras, entre formatos, entre imágenes, entre pasados y entre distintos momentos fundamentales. Formativos, podríamos llamarlos. De lo que hace resonar a mi corazón.
Comentarios
Publicar un comentario